La vida como un enigma en el que las respuestas se encuentran en nosotros. La adolescencia, el conflicto, la imposibilidad, el que parezca infrahumano continuar. Suicidio como final y comienzo.
Final de una vida.
Comienzo de un misterio.
La juventud, la femineidad, las imágenes como polaroids de momentos al azar, que gatillan emociones fugaces, un rush de melancolía. La inmortalidad, viviendo en el recuerdo de alguien hasta el fin. La magnitud de una persona en otra, su influencia, su marca eterna. La magnitud de dos, tres, cuatro, cinco hermanas en un suburbio clásico de los Estados Unidos. Las chicas Lisbon, un verano que se construirá y reconstruirá una y mil veces más en la imaginación de estos chicos, ahora adultos. Sus vecinos, sus acosadores, ahora guardianes de su recuerdo, amantes de su vital imagen.
Envueltas en misterio para la eternidad; Therese, de 17, Mary, 16, Bonnie, 15, Lux, 14 y Cecilia, de 13. Hijas de una madre muy conservadora y estricta; la señora Lisbon es la cabeza de la casa. Por otro lado, esta el señor Lisbon, un profesor de matemáticas, callado, tranquilo y solo, como único hombre en la familia. Sus hijas, sin que nadie lo pueda comprender, fueron diosas en la tierra, imágenes de la perfección, de la belleza terrenal. Pero siempre se encontraron tan alejadas, aisladas por su absorbente madre. Y así comienza la obsesión, la idealización, que llevará a estos hombres a investigar y ahondar en el pasado incierto, en las interrogantes sin respuesta, en una historia que parecería irreal sino fuera porque ellos la vieron suceder enfrente de sus ojos.
La oposición, los contrastes. Personalidades, personas. La interacción, el contacto, estar con otro, aprender. Sentir y tocar, hacer el amor o la relación carnal, enamorarse y perderse; existir, no existir. Estar sin estarlo, no estar más. Arriesgar todo o no arriesgar nada… conformarse, desaparecer. La inmaterialidad de un recuerdo, la imaginación, la fantasía. La intuición, la percepción, la interpretación. La virginidad, el suicidio.
Esta obra de Jeffrey Eugenides nos muestra la cruel verdad de la adolescencia. Algo que se puede notar en las simples palabras de Cecilia luego de su primer intento de suicidio, al encontrarse con el doctor. Este le pregunta cómo una niña tan joven, que aun no ha sufrido las asperezas de la vida, se ve envuelta en esta situación.
“Aparentemente doctor, usted nunca ha sido una joven de trece años” le responde ella con completa naturalidad.
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