Esa noche, en esa esquina.
Estábamos los dos solos, era de noche, estaba todo vacío... me sostenía contra tu cuerpo en aquella pared derruida (un presagio tal vez). Me habías dicho que era tuya, que me deseabas, y ya había pasado todo, estábamos, finalmente, los dos ahí.
De pronto, de la nada, sentí la necesidad.. era algo que me brotaba desde el botón del estomago, lo mas profundo de mi pecho, que lo gritaba por todos lados, mis poros, mi ser, mi alma. Te miré y pronuncié (el beso de la muerte, algunos le dicen):
"Mira, no necesito que me beses.. que cojamos, hagamos el amor, estemos, como le quieras decir. No necesito que me abraces, me sostengas, me cargues. No quiero depender de vos, no lo necesito.. no necesito ser tuya, que me digas que me amas. Lo único que necesito es que me prometas... me digas... que nunca me vas a abandonar."
Cuando de nuevo pude conectar nuestras miradas, sus ojos solo gritaban desesperación. Hubo un segundo que duro una tortuosa eternidad y todo se empezó a mover en cámara lenta (así todo, tan rápido). Note que quería hablar y no podía, y de repente toda su compostura se desplomó. Intentaba respirar y le era imposible, con sus manos, sus gestos, me pedía ayuda y yo no sabia que hacer. Nos miraba a la distancia mientras lo agarré con fuerza y lo sostuve.
"Agua" alcancé a escuchar. Corrí, sin pensarlo salté un portón, abrí una canilla y le fui dando agua de mis manos. Salté de nuevo y lo tomé... lo tenia que proteger, lo vi tan indefenso, tenia que hacerlo sentir que no estaba solo, que yo estaba ahí. Lo apreté con toda mi fuerza, con toda mi esencia, lo rodeé. No había nada que decir, me quede en silencio.
Y aun hoy siento que estoy ahí, en esa esquina en la que no me pudiste prometer nada y yo termine haciéndote la promesa a vos.