El desencanto de la realidad de una mañana solitaria en un martes cualquiera en el que mirar por la ventana ya no es un acto consciente, sino mero hábito. Porque no me sorprenden más las hojas (ya no susurran tu nombre), y sorbo el café de la taza en un simple intento por hacer pasar las distraídas horas que juegan con mi cabeza y me limitan a este plano, esta dimensión, en la que todo esta tan tergiversado, tan deshecho, que ya no sé si vale la pena.
La pena no vale nada... sólo es moneda corriente en mi corazón de soñadora.
La pena no vale nada... sólo es moneda corriente en mi corazón de soñadora.